Atento a las expectativas que pongo en mi hijo/a.
Comienzo a sentirme más ligero.
Tomo conciencia de que necesito dejar de basar mi felicidad en el éxito de mi hijo/a. Estoy aprendiendo a ver que centrar gran parte de mi energía en que él/ella "haga lo que tiene que hacer" y "sea como tiene que ser" según mi forma de entender la vida y mis esquemas de cómo "será alguien en la vida" me genera ansiedad, insatisfacción y mucho sufrimiento.
Por otro lado me doy cuenta de que tener esas expectativas tan elevadas hacia él/ella, cuando no puede cumplirlas y/o no quiere, nos está llevando a distanciarnos, le hace sentirse culpable por no ser como yo deseo; yo todo el tiempo le pido lo que espero, cómo quiero que se comporte, qué debe hacer, esto está llevándole a sentir rechazo a hablar de ello, a rebelarse y cerrarse en sí mismo/a, por lo que soy consciente de que así no le ayudo y además no se responsabiliza de su vida.
Estoy aprendiendo a valorar lo que mi hijo/a sí es, a conocerle, a observar sus virtudes, a sentirme satisfecho con sus habilidades y capacidades personales, a entender que éstas le servirán como guía en su vida y será capaz de afrontar los retos que se le presenten a su manera y asumiendo su propia responsabilidad; descartando la creencia irracional de que mi preocupación por su futuro y mi insistencia en que haga lo que le pido para avanzar cambiará aquello que no me gusta de él/ella, necesito aceptarle tal y como es, esto me tranquiliza.
Además, estoy utilizando la energía que me queda disponible ahora que le dejo más espacio, para dedicarme a mí y centrarme en mis necesidades, de tal manera que pongo atención en cuidarme y buscar en mí la satisfacción por los pequeños logros personales. Ahora soy algo más consciente de que mi felicidad no depende exclusivamente de las expectativas que pongo en los/as demás.
Esperanza Donaire